Tras
la gran guerra de 1914-1918, EE.UU pasó a liderar claramente la economía
mundial al mismo tiempo que experimentaba un fuerte crecimiento económico. El
aumento de la productividad a causa de las mejoras en los procesos productivos
permitió un fuerte crecimiento de la producción y de la demanda, sobre todo de
productos de consumo duradero (automóvil, electrodomésticos).
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Los llamados felices años veinte surgieron de la
disponibilidad de estas innovaciones, que suponían una mejora importante de la
calidad de vida, unida a la buena marcha general de la economía y un clima de optimismo. De la tranquilidad que se respiraba también
participaba la bolsa, la cual tuvo un crecimiento importante de las
cotizaciones, que animaron a mucha gente a arriesgar sus ahorros, provocando
así una gran burbuja especulativa.
Sin
embargo, a principios de septiembre de 1929 las cotizaciones dejaron de subir y
empezaron a caer más deprisa de lo que habían subido. Fue el inicio de la peor
crisis del capitalismo, que se extendió rápidamente a todo el mundo: la Gran Depresión de los años treinta.
Los problemas agrícolas y la distribución de la renta
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Los
problemas agrícolas se dieron especialmente en dos sectores: las pequeñas
explotaciones productoras de trigo y el cultivo del algodón. Los productores de
trigo tuvieron que hacer frente a la caída del consumo interior y a la
competencia internacional al mismo tiempo. La caída del consumo interior se
debió al mayor bienestar de la población, que le permitía sustituir el pan por
otros alimentos.
Los
principales problemas de la agricultura americana de los años veinte eran los
derivados de la situación financiera de las explotaciones.
Durante
la guerra, la demanda europea había hecho aumentar rápidamente los precios y
muchos agricultores se animaron a ampliar y modernizar sus explotaciones, con
inversiones a menudo financiadas a crédito. Contaban con que los precios se
mantendrían y permitirían devolver préstamos.
El
problema fue que muchos campesinos, endeudados e hipotecados en momentos de
precios altos, no lograban cubrir con sus ingresos los gastos de explotación y
los financieros.
En
cuanto a la industria, se registró después de la guerra un importante crecimiento
de la producción y de la productividad, por lo que, entre 1920 y 1929 la
producción aumentó un 50% debido a las innovaciones técnicas de la Segunda
Revolución Tecnológica y a la implantación de nuevos sectores industriales.
En
1929 el sentimiento generalizado era de mejora en el nivel de vida a causa de:
-
la disminución de los precios de los alimentos
-
la reducción de la jornada de trabajo
-
la generalización del trabajo femenino, que permitía que muchas familias
ingresaran dos sueldos.
Por
ello, producción empezó a crecer más deprisa que la capacidad de compra de la
población, produciéndose un exceso de la capacidad productiva, empeorado además
por la disminución de las exportaciones a Europa, donde la pérdida de valor de
las monedas, las barreras arancelarias y la recuperación económica hacían que
los productos estadounidenses resultaran demasiado caros.
Hacia
finales delos años veinte el nivel de endeudamiento de las familias provocó que
optaran por invertir en créditos a corto plazo al exterior y en la bolsa.
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La especulación bursátil y el desplome de 1929
El
exceso de capital disponible, fue una de las causas de la especulación bursátil
que desembocó en el crac de la Bolsa de Nueva York en octubre de 1929. Tras la
guerra llegaron a EE.UU grandes cantidades de oro. El funcionamiento correcto
del patrón de oro habría exigido que este oro fuera puesto en circulación,
incrementando así la masa monetaria. Ello habría provocado una subida de
precios interiores, dificultando las exportaciones y facilitando las
importaciones, devolviendo así el oro a la circulación internacional. Para el
resto, EE.UU. se opuso a los automatismos del patrón oro con el objetivo de
evitar los inconvenientes que el aumento de precios habría acarreado para sus
exportaciones. La solución elegida fue retirarlo del mercado.
Esto
afectó sobre todo a la libra tras su retorno al patrón oro (1925), de modo que el Gobierno británico solicitó al de EE.UU que hiciera los bonos
de guerra menos atractivos. Al Gobierno también le convenía la retirada de los bonos de guerra,
este comenzó a comprarlos en la bolsa. El problema fue que, con estas compras,
el Gobierno de EE.UU. añadió una cantidad importante de dinero a la circulación
monetaria.
Otros
factores
El
factor más importante de la especulación fue sin duda la generalización de la
inversión a crédito que consistía en desembolsar un 10% del valor de los
títulos adquiridos. El bróker pagaba el resto, retenía las acciones como garantía de la cantidad aplazada y
utilizaba las mismas acciones como fianza para obtener crédito de prestamistas
especializados o de los bancos, que a su vez podían obtener fondos de los
bancos federales de reserva. Con este sistema, el dinero de la bolsa tenía un efecto multiplicador.
La abundancia de capitales y el efecto multiplicador de
las compras a crédito hicieron que las cotizaciones aumentaran y también se
iban produciendo ampliaciones de capital o emisiones de nuevos títulos al
mercado, algunos de los cuales no estaban respaldados por una actividad
productiva que justificara su inversión.
Finalmente,
en agosto de 1929 se adoptó una primera decisión destinada a frenar la
especulación: el Federal Reserve Bank
de Nueva York subió la tasa de descuento bancaria del 5 al 6%, y se empezó a
producir una disminución de los créditos a los brokers.
Así
fue como comenzó el pánico y las prisas para liquidar las inversiones. El
descenso de las cotizaciones provocaba que los títulos depositados ya no
cubrieran la deuda con el bróker y los deudores no estaban en condiciones de
devolver lo que debían. El martes negro, el 29 de octubre de 1929, se
ofrecieron en venta 29 millones de títulos, sin prácticamente órdenes de
compra.
Entrada creada por Mercedes.
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