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Cultivados originariamente en el Imperio Otomano (hoy Turquía), los
tulipanes fueron importados a Holanda desde Viena por Carolus Clusius, un
eminente botánico que viajaba a Leiden para ejercer de profesor y que incluyó
en su equipaje bulbos de esta planta que despertaron el interés de alumnos y
colegas.
Se
cuenta que el botánico empezó a plantar tulipanes de variedades exóticas, pero
los mantenía escondidos, como un secreto hasta que una noche alguien entró a su
jardín para robar sus bulbos. Rápidamente estos comenzaron a expandirse gracias
a que el arenoso suelo de Holanda, cercana al mar, resultó ser muy adecuado
para el cultivo del tulipán. Así la planta se volvió conocida; se la apreciaba
no sólo por bella sino también por exclusiva, ya que además de que florecía
pocas veces al año, los tulipanes holandeses eran diferentes a los de otras
regiones ya que nacían flores multicolores. Esto contribuyó al alza del precio
de los bulbos hasta tal punto que si en 1620 el ingreso medio anual de una
persona eran 150 florines, un bulbo de tulipán podía valer hasta
1000. Diez años más tarde, el precio de las flores se incrementó hasta tal
punto que todavía se conservan datos de la época que atestiguan la venta de
mansiones a cambio de un solo bulbo de tulipán.